Tucumán reverdece de viñedos y bodegas que proponen recorrer, entre Amaicha y Colalao del Valle, una porción menos conocida de los Valles Calchaquíes. La ruta incluye un flamante hotel del vino que demandó cuatro millones de dólares de inversión.
Tucumán se despereza de la siesta. Demoró más que sus vecinas Catamarca y La Rioja en darle forma, pero su Ruta del Vino ya es un hecho y la punta de lanza esVinos del Tucumán Al norte de Tafí del Valle, entre Amaicha y Colalao del Valle son varias ya las bodegas que riegan por goteo, con agua de montaña, y respetan los procesos naturales.
En Colalao del Valle, Cristina Díaz recibe en una casona familiar para degustar sus syrah, tannat, malbec y torrontés. La bodega Altos La Ciénaga, que cosecha manualmente y apunta a las vinotecas. Produce 12 mil litros con las etiquetas Altos La Ciénaga y Don Javier. Mientras probamos vinos premiados, Cristina -una ingeniera en petróleo que sabe todo de formaciones, estructuras y terruños- nos habla de los trivarietales que concentran aromas y colores, de notas y caudalía, que es la persistencia en boca. Fiel al espíritu de esta ruta, rechaza los fertilizantes, elogia la amplitud térmica y celebra a las vides que se hacen fuertes en la altura.
«Este vino es único porque es orgánico», dice Luis Ríos, cuidador de Finca La Silvia , mientras vigila los viñedos que limpia de arriba a abajo: es crucial ablandar el suelo para que la viña tenga más fuerza, sin que la gramilla apriete las raíces. Los malbec y torrontés de Faustino del Pozo buscan resaltar el sabor, el color y el perfume de Colalao, su cielo plantado de estrellas, sus montañas repletas de cardones. El emprendimiento se apoya en la calma y en los tiempos de la tierra pero también de la luna, que cuando está llena marca el momento de la cosecha: la savia está arriba, los granos se hinchan.
La última escala es en la estancia rural Albarossa, del empresario romano Giacomo Spaini que se enamoró de Amaicha hacia 2013, después de recorrer la ruta 40 en moto.
Con una inversión superior a los 4 millones de dólares, proyectó la bodega y el hotel que finalmente abrió para huéspedes en julio de 2017. Es un edificio de líneas planas y tonos terracota al que se llega después de atravesar los viñedos de los que se elaboran un malbec frutado y un torrontés fresco y ligero, que en 2017 se exportaron a Italia y Alemania. Artesanal y boutique, la ruta se revela como una de las grandes razones para volver al valle del Yokavil.
Las condiciones son ideales: 350 días de sol al año, vientos suaves, gran amplitud térmica. Con las aguas del río Santa María corriendo detrás de los viñedos, Río de Arena produce 900 botellas desde hace 15 años, además de dar alojamiento y comida entre llamas y caballos. Mientras los aromas del malbec se adueñan de una sala de degustación luminosa, Roque (uno de los empleados) revela que su clave es la uva cesanese, que da color fuerte e identidad artesanal.
Créditos: Nota Revista LUGARES